Seguro que has oído hablar de los productos kilómetro cero. Cuando hablamos de este tipo de alimentación nos referimos a aquella que pone el acento en la compra y la producción de productos locales. Se considera que cumplen estos requisitos aquellos cuyo origen es inferior a 100 kilómetros del punto de distribución.
La etiqueta kilómetro cero o de proximidad se empezaron a poner de moda en Estados Unidos en los años setenta. A Europa llegó a mediados de los ochenta de la mano del movimiento slow food. Esta tendencia apuesta por alimentos ecológicos y de temporada ofrecidos por productores locales.
Qué incidencia tiene el transporte de mercancías en la alimentación kilómetro cero
Nos hemos acostumbrado a comer aguacates de Perú, kiwis de Nueva Zelanda, tomates de Marruecos, nueces de California y un largo etcétera de productos de países exóticos y continentes remotos. Además, también tenemos la posibilidad de comer durante todo el año frutas que antes eran de temporada. A modo de ejemplo, a pesar de que las fresas son un fruto de los primeros meses del año, nos hemos acostumbrado a poder comerlas en cualquier temporada.
Ha contribuido a este nuevo paradigma el hecho de que los transportes son cada vez más rápidos y eficientes y llevar productos de un país a otro se ha convertido en una cuestión cada vez más fácil. Pero esta situación, evidentemente, pasa factura al medio ambiente. El combustible que utilizan los camiones, barcos y aviones que transportan estos alimentos dejan una importante huella en nuestro planeta porque genera una cantidad importante de gases de efecto invernadero.
En el momento en el que decidimos optar por una alimentación kilómetro cero reducimos mucho nuestra huella ecológica porque, como hemos indicado, el transporte que se tiene que realizar no supera los 100 kilómetros. Es decir, la incidencia medio ambiental del transporte que se usa para transportarlo acostumbra a ser menor. Y decimos acostumbra porque, como ahora veremos, hay excepciones…
¿Contamina más el transporte o la producción?
El impacto ecológico de un alimento no solo tiene que ver con la distancia recorrida desde el origen al supermercado o punto de compra. También tiene mucho que ver el vehículo utilizado. A modo de ejemplo, un estudio llevado a cabo por la prestigiosa Universidad de Harvard determinó que es menos contaminante llevar en barco un producto del continente asiático al americano que mandarlos de Boston a Chicago en avión.
Y otro factor que entra en juego es la producción. La energía usada en ésta es la que marca la diferencia. Un ejemplo sobre esta cuestión también lo encontramos en Estados Unidos. Boston es un lugar en el que hace mucho frío y para producir tomates debería hacerse en invernaderos que generan más emisiones de efecto invernadero que el transporte desde Sudamérica.
Alimentación de kilómetro cero sí o no
Como en casi todo, en la alimentación kilómetro cero también hay matices. Lo mejor que podemos hacer es conocer los alimentos originarios de la zona en la que vivimos. Saber en qué estaciones se recolectan y cómo se producen nos ayudará a llevar una dieta lo más respetuosa con el medio ambiente posible. Reducir la cantidad de carne que ingerimos también nos llevará a ello. La crianza de animales necesita muchos más recursos que el cultivo de vegetales.